LEYENDA
Jonathan Hernández Gonzalez
Cuenta
la historia…que no hace mucho tiempo en un lugar muy lejos de la ciudad de
Oaxaca ocurrió algo que marcó la vida de 8 jóvenes estudiantes.
Al norte de la ciudad, en el pueblo de San
Pedro Teutila Cuicatlán, hay una comunidad llamada Flor Batavia, muy pequeña en
sus habitantes y muy oculta de los demás pueblitos, ahí 8 jóvenes estudiantes
de la secundaria del Colegio Unión y Progreso realizaban su labor misionero.
Ellos pasaban la semana Santa con la gente y participaban de su cultura y sus
tradiciones.
Es
muy bonito tener la experiencia de aprender de personas humildes que no tienen
los recursos que nosotros podemos encontrar en la ciudad y que con entusiasmo y
alegría comparten la mesa día a día contigo y tratan de darte lo mejor que
tienen.
Los
jóvenes misioneros llevaban ya 6 días allí: el domingo de ramos, el lunes,
martes y miércoles que aprovecharon para dar clases de catecismo a los niños,
el jueves santo y el viernes santo. Estaban un poco agotados y por la noche de
viernes quisieron despejarse con una charla entre compañeros.
El
lugar donde habitaban durante su labor era la sacristía.
La
sacristía es el área que comúnmente está pegada a la iglesia y solo es separada
por una pequeña puerta. Todas las
iglesias la tienen, ahí están guardados los atuendos del sacerdote, los libros
y los objetos religiosos que se ocupan en la misa.
Siendo
un lugar rural es común que sea chica y que solo una cortina de tela delgada la
separe de la iglesia. Eran las 12:00 de la madrugada y la maestra coordinadora
que acompañaba a los jóvenes quería descansar, así que les pidió por favor que
se durmieran o que de lo contrario los iba a levantar para trabajar.
Eso
fue lo primero que se les vino a la cabeza a los alumnos, estaban todos temerosos
de lo que escuchaban afuera, los pasos se detenían y continuaban caminando,
como si quisieran observar algo dentro y en el menor momento esperado se oyó
dentro de la iglesia un ruido muy feo, parecía que una de las veladoras que
alumbraba la cruz en medio del altar se había caído, o que alguien había pisado
mal y la había tirado, en ese momento entraron en el miedo más grande de su
vida, el sabor de su boca se hizo extraño, sus manos temblaban de pavor y
miedo, sus oídos estaban más afinados que nunca y podían escuchar el ruido mas
silencioso que pasaba en el momento, su mente imaginaba miles de cosas y había
una sensación rara en la boca de sus estómagos.
Quisieron
rezar para evitar que pasara algo, pero el miedo y la angustia de saber que
alguien había subido al campanario, entrado a la iglesia y cruzara en cualquier
momento la cortina delgada de tela era más fuerte que su concentración en la
oración.
Entre
tartamudeos terminaron de rezar y se quedaron en silencio, la coordinadora les
dijo que no pasaba nada para tranquilizarlos y les dijo que tenían que ir
juntos adentro y observar que todo estaba bien, ella confiaba que no era nada
malo.
Los
jóvenes mas grandes tomaron sus lámparas y entraron a la iglesia, buscaron
debajo de las bancas, en el altar, en la puerta principal y no hallaron nada,
ni siquiera la vela que se había escuchado rugir cuando cayó al piso. Era muy
raro, la maestra les sonrió con una tranquilidad y una confusión en su cara y
les dijo que durmieran, que no pasaba nada,
Al
poco rato les contaron lo sucedido a las personas del pueblo y ellos con una
risa de burla en su cara les dijeron a los misioneros que no se preocuparan,
que cada año en viernes santo los difuntos van a la iglesia a darle el pésame a
la virgen María y a ver a Jesús muerto en la cruz.
Los
alumnos se quedaron mirándose unos a otros y sintieron una sensación rara pero
sonrieron de saber que no era ningún borracho el que les había hecho sufrir la
noche de viernes, sino que los difuntos que también celebraban con ellos la
semana Santa.
Los
alumnos terminaron su labor misionero el sábado siguiente y el domingo muy
temprano partieron de regreso a la ciudad de Oaxaca.
Los
siguientes años los alumnos que habían ido juntos en equipo se desintegraron
por cuestiones de cambio de comunidad con otros grupos, pero cada año les cuentan a sus compañeros de
equipo lo que una vez marco su vida en las misiones de Flor Batavia.
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