viernes, 31 de mayo de 2013

"El Viernes Santo"

LEYENDA

Jonathan Hernández Gonzalez


Cuenta la historia…que no hace mucho tiempo en un lugar muy lejos de la ciudad de Oaxaca ocurrió algo que marcó la vida de 8 jóvenes estudiantes.
 Al norte de la ciudad, en el pueblo de San Pedro Teutila Cuicatlán, hay una comunidad llamada Flor Batavia, muy pequeña en sus habitantes y muy oculta de los demás pueblitos, ahí 8 jóvenes estudiantes de la secundaria del Colegio Unión y Progreso realizaban su labor misionero. Ellos pasaban la semana Santa con la gente y participaban de su cultura y sus tradiciones.
Es muy bonito tener la experiencia de aprender de personas humildes que no tienen los recursos que nosotros podemos encontrar en la ciudad y que con entusiasmo y alegría comparten la mesa día a día contigo y tratan de darte lo mejor que tienen.


Los jóvenes misioneros llevaban ya 6 días allí: el domingo de ramos, el lunes, martes y miércoles que aprovecharon para dar clases de catecismo a los niños, el jueves santo y el viernes santo. Estaban un poco agotados y por la noche de viernes quisieron despejarse con una charla entre compañeros.
El lugar donde habitaban durante su labor era la sacristía.
La sacristía es el área que comúnmente está pegada a la iglesia y solo es separada por una pequeña puerta.  Todas las iglesias la tienen, ahí están guardados los atuendos del sacerdote, los libros y los objetos religiosos que se ocupan en la misa.
Siendo un lugar rural es común que sea chica y que solo una cortina de tela delgada la separe de la iglesia. Eran las 12:00 de la madrugada y la maestra coordinadora que acompañaba a los jóvenes quería descansar, así que les pidió por favor que se durmieran o que de lo contrario los iba a levantar  para trabajar.
Los alumnos no obedecieron y poco después se levantaron a escribir en sus cuadernos. Estaban en silencio pues no hubiesen querido trabajar pero por platicar se lo habían ganado, No había ruido absoluto que les quitara el sueño que habían obtenido al poner letras en la hoja. Cuando de repente se empezaron a oír ruidos afuera del cuarto. Una persona que vive en el pueblo les había contado que por ahí los borrachos se quedaban dormidos en la calle o a las afueras de las tienditas cuando ya quedaban inconscientes.
Eso fue lo primero que se les vino a la cabeza a los alumnos, estaban todos temerosos de lo que escuchaban afuera, los pasos se detenían y continuaban caminando, como si quisieran observar algo dentro y en el menor momento esperado se oyó dentro de la iglesia un ruido muy feo, parecía que una de las veladoras que alumbraba la cruz en medio del altar se había caído, o que alguien había pisado mal y la había tirado, en ese momento entraron en el miedo más grande de su vida, el sabor de su boca se hizo extraño, sus manos temblaban de pavor y miedo, sus oídos estaban más afinados que nunca y podían escuchar el ruido mas silencioso que pasaba en el momento, su mente imaginaba miles de cosas y había una sensación rara en la boca de sus estómagos.
Quisieron rezar para evitar que pasara algo, pero el miedo y la angustia de saber que alguien había subido al campanario, entrado a la iglesia y cruzara en cualquier momento la cortina delgada de tela era más fuerte que su concentración en la oración.
Entre tartamudeos terminaron de rezar y se quedaron en silencio, la coordinadora les dijo que no pasaba nada para tranquilizarlos y les dijo que tenían que ir juntos adentro y observar que todo estaba bien, ella confiaba que no era nada malo.
Los jóvenes mas grandes tomaron sus lámparas y entraron a la iglesia, buscaron debajo de las bancas, en el altar, en la puerta principal y no hallaron nada, ni siquiera la vela que se había escuchado rugir cuando cayó al piso. Era muy raro, la maestra les sonrió con una tranquilidad y una confusión en su cara y les dijo que durmieran, que no pasaba nada,
Al día siguiente, los misioneros se levantaron a las 7 de la mañana para hacer su oración en la iglesia y con la luz del día aprovecharon para encontrar una explicación al ruido de la vela. Se sorprendieron al ver que no había nada en el suelo y que nadie pudo haber entrado a limpiar porque eran los primeros en hacer oración, uno de los jóvenes miro hacia el altar y observó que una de las velas estaba estrellada pero no se cayó de la mesa solo se había acabado la cera y el fuego hizo que el vaso de vidrio rompiera al instante, allí encontraron la respuesta al horrible ruido de la noche pasada.
Al poco rato les contaron lo sucedido a las personas del pueblo y ellos con una risa de burla en su cara les dijeron a los misioneros que no se preocuparan, que cada año en viernes santo los difuntos van a la iglesia a darle el pésame a la virgen María y a ver a Jesús muerto en la cruz.
Los alumnos se quedaron mirándose unos a otros y sintieron una sensación rara pero sonrieron de saber que no era ningún borracho el que les había hecho sufrir la noche de viernes, sino que los difuntos que también celebraban con ellos la semana Santa.
Los alumnos terminaron su labor misionero el sábado siguiente y el domingo muy temprano partieron de regreso a la ciudad de Oaxaca.

Los siguientes años los alumnos que habían ido juntos en equipo se desintegraron por cuestiones de cambio de comunidad con otros grupos,  pero cada año les cuentan a sus compañeros de equipo lo que una vez marco su vida en las misiones de Flor Batavia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario