Por Elizabeth Judith Huerta Avendaño
Había una vez un castor leñador que tenía dos hijos, ellos vivían en el
bosque; un día el más pequeño de sus hijos enfermo de gravedad por lo cual el
padre se quedo a cuidarlo y encomendó a su hijo mayor ir en busca de ayuda para
su hermano.
Pero no siguió las ordenes
de su padre pues pensó que no era nada de gravedad que tal vez en lo que el llegaba al pueblo próximo estaría
mucho mejor, entonces en lugar de ir a pueblo en busca del doctor y decidió ocupar
la tarde cara estar con sus amigos, cuando el recordó lo que su padre le había
pedido, apresuro su paso para llegar al
pueblo próximo donde se encontraba el doctor ratón y poderle llevar la ayuda a
su hermano.
Al llegar con el doctor
estaba asistiendo a otros animalitos y no quiso acompañarlo, el médico le dijo
que solamente le podía acompañar al día siguiente.
El castorcito se quedo en el
pueblo para que llevara al doctorcito a la mañana siguiente; entonces cuando
amaneció y llegaron a su casa; su hermanito
ya había fallecido.
El castorcito comprendió que
por su imprudencia y por no poner
atención a las cosas que se le indicaron, su hermanito, tuvo un triste final
murió, comprendió que hay que darle importancia a todas cosas porque cada cosas
nos deja una enseñanza, para crecer, se puso a pensar que si no hubiera perdido
su tiempo jugando tal vez su hermanito seguiría vivo.
Moraleja:
“Hay que darle a cada cosa
su importancia, y en su debido momento el tiempo apremia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario